domingo, 29 de abril de 2012

Inventarme la vida


         No es fácil, pero me empeño. He aprendido a comprar el pan y a no comerlo. He aprendido a mirar el espejo y a no juzgarlo. Me duelen los senderos del jardín, me aprietan los pies. Por las tardes, el sol se me destiñe. Pobre sol, que antes fue tuyo y ahora no tiene a nadie que lo saque a pasear, a nadie que le preste un mimo. No es fácil, pero me empeño. Me empeño en inventarme una vida que hoy parece prestada. Me empeño, me insisto, pero no es fácil. Me duelen los colores, me aprietan el aire. Por las noches, la brisa se desnuda en mi ventana y borra tus huellas. He aprendido a no mirar tus pisadas, a sortearlas de puntillas. He aprendido a olvidarme contigo. Ya no quiero que nadie me desordene el gesto. Que nadie venga, que nadie quiera. He aprendido a no juzgarme, a no mirarme. Estoy inventándome una vida repleta de medias noches, escasa de luces. Me empeño, ya sabes cómo me empeño frunciendo caprichos. Aunque no sea fácil. He aprendido a correr el agua en las manos y a no beberla. He aprendido a soñar las madrugadas, a pintarlas de fresa, de la fresa que fue tu boca en aquel teatro. Que nadie venga, que nadie añore, que he comenzado a inventarme una vida sin ti. Que nadie moleste ahora.
         Ahí va la niña de azul, calle abajo, con lazo y caramelo. Ahí van sus ojos de muñeca, con pestaña y caramelo, mirando el mundo dos veces. Me sonríe, no sabe quién soy pero sonríe. Le sonrío. Alguien le ha traído un beso esta tarde; lo lleva sujeto con un cordel, apretando fuerte los dedos para que no se le vuele. Ahí va, calle abajo, niña hermosa de azul, niña de lazo, pestaña y caramelo, ojos grandes, de abismo inmenso, labios de vértigo suave y seda roja, mejillas de rubor nocturno. Ahí va, niña azul, caminando para mí, caminando conmigo, y yo, enredado en los destellos de su pelo, caminando con ella, acunado en su inocencia. Niña azul de versos rizados, niña de cristal y primavera temprana. Yo contigo, si tú quieres.
         Que nadie moleste ahora, que nadie venga. Que me dejen en paz la pena y el invierno, que se vayan, que no me añoren. Que estoy inventándome la vida.


sábado, 21 de abril de 2012

Del diario de otra farola


         Esta madrugada he vuelto a ver al anciano de los medios resuellos. Se le ha caído otra vez un recuerdo, en un descuido, y la calma se le ha quebrado como si fuera cristal. Estuvo un buen rato apoyado en la persiana de Julio, el de la imprenta, desempolvando nostalgias sin querer, hurgándose en las heridas secas. Luego, levantó la cabeza y arrastró los pies calle arriba. Dejó un rastro de pena, un rastro de caracol melancólico y derrotado, una estela suave que me duele.

         Javier continúa visitando a escondidas a Margarita. Sus hijos lo saben, y se burlan de él, se burlan de su prudencia. Porque Margarita es viuda, como él, y no hay necesidad de esconderse de nadie. Pero ellos se ven cada puesta de sol en la esquina, frente al estanco, uno fingiendo que lee el periódico y la otra fingiendo que riega las macetas, sin agua, con alegrías de veinte años. A veces se hace tarde y Margarita le presta una rebeca para que no coja frío, y entonces, creyendo que nadie los mira, se rozan los dedos.

       Hoy he visto a la niña de los ojos grandes, la de las trenzas, la de las gafas grandes. Pobrecita, se ha caído jugando y se ha hecho un corte en la rodilla. Sus compañeros de clase la llaman el buzo, porque dicen que uno puede sumergirse en el agua con sus gafas. Pero hoy nadie se mete con ella porque va luciendo una venda en la rodilla, y la sangre siempre espanta las bromas de los niños. En su lugar, le han ofrecido un caramelo.

         El hermano de Félix se ha comprado un coche. Lo ha estrenado esta tarde. Se le notaba ansioso por mostrárselo a Adela, la de la tienda de frutos secos. Ha dado vueltas y vueltas a la manzana con el coche hasta que quedó libre un hueco cerca de su tienda, y la ha esperado más de una hora, abrazado a un cigarrillo. A Adela le ha gustado mucho el coche. Pero a Bruno no le ha gustado nada. Porque Bruno es un muchacho que, por ver a Adela cada día, se ha puesto gordo de comer cacahuetes. Ahora maldice su suerte y, cuando cree que nadie lo mira, llora dentro de un pañuelo.

         Esta noche, la luna me mira distinta. Como si no me conociera. Yo creo que está mayor, igual que el anciano de los medios resuellos. Son demasiados años. Girando y girando, sin descansar un minuto. Yo creo que se nos muere cualquier día, que hace viudo al sol una mañana, sin avisar. Porque son ya muchos años trazando estelas sobre nosotros. Porque tiene el corazón roto, igual que Bruno. Porque extravió su ilusión de luna joven hace tiempo, y ya no le quedan sonrisas.


sábado, 14 de abril de 2012

Epistolares (II) - Bruma


           Estimada mía:


A mi llegada, no encontré otra cosa que gente extraña y bruma. Había anochecido profundamente, perpetuo e incómodo viaje, y en las calles desconfiadas de esta nueva ciudad no hallé un sólo gesto amable; no hallé un sólo gesto, en realidad. Noche, recelo ajeno y más noche. El recepcionista del hotel apenas levantó la mirada un instante de su libro enorme y deslavazado. Apenas lo alteró mi presencia; apenas me conmovió su displicencia, en realidad.
Amanece ahora, más allá de las cortinas, más allá del horizonte desgarrado. Un sol enfermo se pone en pie con dificultad, desafiante, con la calma tediosa de un anciano moribundo. Empapa los tejados con su luz primeriza, irrumpe en este dormitorio roñoso y desnudo, en este ajeno y desangelado rincón, aún más horrible sin su disfraz de penumbra. Desordena y destempla mi ánimo también, luz hiriente, antipática, suspicaz. Se interpone entre mi nostalgia y mi rencor, entre la duda y el temor, entre la ansiedad y el hastío.
Dormiré todo el día. Soñaré sin soñar sueño alguno. Anhelo el regreso de las sombras, de la noche dulce y fría, de su bruma.
Te escribiré.



sábado, 7 de abril de 2012

Un ángel


         Un andén al mediodía, gente que va y viene, gente con prisa, transeúntes con cara de pocos amigos y algún despistado que no sabe muy bien adónde le llevará el próximo tren.
       Ella aparece de pronto, entre el tumulto, y yo dejo de lado el pensamiento. Lo normal, en estos casos, es contemplarla un momento, muy breve, y luego desviar la mirada para guardar las formas y conservar la entereza. Lo normal, digo, que no lo que deseo. Lo que deseo es observar cómo camina entre la gente, sorteando de uno en uno a los desconocidos, flotando sobre sus pies con la suavidad de una pluma. A lo mejor es un ángel y acabo de volverme loco, no me extrañaría. A lo mejor, entre la gente, no hay nada, sino un hueco casual, el hueco que ella ocupa en mi imaginación.
         Me levanto, por si acaso, y doy un paso al frente. Quiero cruzarme en su camino. Aspiro a rozar el aire que desplaza, si es que existe, si no es cosa de mi mente embotada. Aspiro, si no es mucho pedir, a deleitarme con su perfume, cualquiera que sea. Me coloco casi al borde del andén y allí espero a que ella tropiece conmigo. Pero no tropieza, ni se cruza siquiera en mi camino. Ya no está. Ha vuelto a su lugar entre las musas.
         El tren, menudo estruendo, irrumpe en la estación y todos nos empujamos como locos por hacernos un hueco en el vagón. Mira tú por donde, hoy encuentro un sitio libre en que sentarme. Estoy cansado y celebro interiormente haber tenido fortuna. Todo el día de un lado para otro, aquí y allá, venga a caminar y caminar... A mi lado, una joven abre un libro y se dispone a leer. La gente tiene mucha costumbre de leer en el transporte público porque...
         Es ella. Jesús, vaya susto. Y yo con las ideas en voz alta, qué vergüenza. Me está mirando. Bueno, a mí no, está mirando el gorro que me he puesto. Es que hace un frío... Está sonriendo. Creo que le gusta el muñequito del dibujo. Ya no, ya no mira. Es prudente, no como yo. Y tan bonita... Podría decirle algo, lo que fuera. Claro, que todo el mundo lo escucharía. ¿Y si no me hace caso? ¿Y si la gente se ríe? ¿Y si me saca la lengua?
         No es posible, el tren nunca llega tan pronto a la siguiente estación. Ha cerrado el libro, se baja en ésta. ¿Ya? ¿No volveré a verla? Debería despedirme. Debería decirle...
         -¿Cómo te llamas?
         No me ha oído. Tengo que alcanzarla. La bufanda, voy a cogerla por la bufanda para que no escape...
         Ese niño se está riendo y su madre le ha dado un cachete. Se ríe porque me ha visto jugar con una mano en el aire.


domingo, 1 de abril de 2012

Un burro que vuela


        Me ha despertado con sus coces. Me ha roto el cristal de la ventana. Porque burro va, porque burro viene, porque un burro volando conmigo se entretiene. Me ha roto el cristal de la mañana. Me ha despertado con sus voces. Yo que dormía, yo que soñaba, yo que viajaba entre nubes de lana, yo que pensaba que no había en la iglesia campanas, que no había más ruido en la calle que el que imaginaba, y, mira por donde, me equivocaba. Porque burro va, porque burro viene, porque un burro volando conmigo se entretiene. Me ha roto el cristal, qué estrépito, de la ventana, con sus coces, con sus voces, con lo que le dio la gana. Me ha roto el sueño y el cristal de la mañana. Desayuno con desgana, los demás no creen lo que les cuento. Me miran extrañados, pensando que lo invento, pensando que de locura reviento, cuando les digo, cuando les juro que es cierto, que no miento, que burro va, que burro viene, que un burro volando conmigo se entretiene, que un burro que volaba el cristal de la ventana me rompió. El cristal de la ventana, insisto yo, un burro que volaba lo rompió. Yo que dormía, yo que soñaba, yo que viajaba entre manzanos y manzanas, yo que pensaba que no estaba mi cabeza enajenada, que no había más ruido en el mundo que el subir y bajar de tu persiana, y, mira por donde, me equivocaba. ¿Será por eso? ¿Será por ti? ¿Será que un burro vuela porque me encontró pensando en ti? ¿Será que no? ¿Será que sí?
         Ahora me despierta cada noche. Ahora me rompe el cristal cada mañana. Porque burro va, porque burro viene, porque un burro volando conmigo se entretiene. Ahora, qué pesado, no me deja en pie las madrugadas. Dando coces, dando voces, me persigue hasta la cama, su acoso no acaba. No me deja en paz ni a buenas ni a malas. Yo que deseaba dormir, yo que deseaba soñar, yo que deseaba viajar a lomos de una rana, yo que pensaba que no había secretos en la almohada, que no había más ruido entre nosotros que el de una sencilla mirada, y, mira por donde, me equivocaba. ¿Será por eso? ¿Será por ti? ¿Será que un burro vuela porque robaste mis ganas de dormir? ¿Será que no? ¿Será que sí?
         Porque burro va, porque burro viene, porque un burro volando conmigo se entretiene. ¿Será por eso? ¿Será por ti? ¿Será que no? ¿Será que sí? Si lo sabes, dímelo. Si es por eso, di que sí.