domingo, 21 de octubre de 2012

Desencajado


         Con los primeros fríos de mayo, apareció dibujada en el cristal la silueta de tu primer capricho. El cielo estaba más revuelto que nunca, mucho más agitado que entonces, y en él rompían las olas con furia, con enojo amargo e impaciente. En el tejado había un piano, y, junto a él, un hombre que no sabía tocar, y, junto a él, un niño que no sabía escuchar, y, junto a él, un gato sin vida que no sabía jugar. Hallé una alfombra en el aire, estrecha y azul, entre tu ventana y la mía, pero no encontré valor para caminarla. Siempre tuve miedo a las alturas. Había un sombrero colgado en la percha de la pared, muy cerca de la arena de la playa, y una mesita de noche en el portal.
          Con las primeras nieves de mayo, apareció dibujada en mis manos la huella de tu primera sonrisa. La calle había llorado esa noche y tenía los ojos hinchados. El semáforo de mi esquina había perdido la luz verde. Hallé un cuento mal escrito en el suelo del jardín, entre el río y la montaña, pero no encontré valor para caminarlo. Siempre tuve miedo a las alturas. En el vagón del tren había un acordeón viejo, y, junto a él, un cadáver que no recordaba la melodía, y, junto a él, un niño que no recordaba cómo apartar los ojos, y, junto a él, un muñeco de trapo que no recordaba el sendero de vuelta. Había una camisa sin botones sobre la silla, en mitad de las vías, aguardando a que el reloj sirviera el café. Había azúcar en los zapatos y galletas de madera en los bolsillos del pantalón.
         Con los primeros hielos de mayo, apareció dibujada entre las sombras el contorno de tu primer desaire. La niebla del amanecer se había dormido en el sofá y me miraba despacio, sin reproche. Tu ventana no estaba. La montaña no estaba. Sobre el puente había un violín desarmado, y, junto a él, un músico que fingía vivir, y, junto a él, un niño que fingía reír, y, junto a él, una gota de lluvia que fingía estar en calma. Me habría gustado subir a ese puente, pero siempre tuve miedo a las alturas. Me habría gustado fingirte allí. Y dar color, desde arriba, a este mundo desencajado.


domingo, 7 de octubre de 2012

Niño sin regalo


         Ocurrió una mañana de invierno y chocolate. Ocurrió mientras tú dormías. El niño se levantó de la cama y corrió a buscar el regalo de cumpleaños. Lo halló en la mesita del recibidor. Era una pelota roja. Y con tanto entusiasmo se abrazó a ella que se le escurrió y salió despedida. La pelota botó en el suelo varias veces y después escapó por la ventana, rompiendo el cristal. El niño bajó la escalera a toda prisa y persiguió la pelota calle abajo. La perdió de vista, y se detuvo. Miró a su alrededor y descubrió en un portal a una niña que jugaba con un muñeco de trapo.
          -Estoy buscando una pelota roja –dijo el niño sin regalo.
          -¿Es muy importante para ti? –le preguntó la niña. Y él contestó:
          -Si no la encuentro, seré infeliz.
         La niña le indicó el camino por donde se había alejado la pelota, y él corrió tras ella. La divisó al final de la calle, botando entre unas cajas de cartón. Luego, la perdió de vista. El niño se detuvo y miró a su alrededor, y descubrió en un portal a una mujer que jugaba con un gato.
          -Estoy buscando una pelota roja –dijo el niño sin regalo.
          -Te echan de menos en casa. ¿Por qué no regresas? –le preguntó la mujer. Y él contestó:
          -Si regreso sin ella, seré infeliz.
         La mujer le mostró el lugar por donde se había alejado la pelota, y él corrió tras ella. La avistó en un callejón, botando entre unas latas y una bicicleta abandonada. Luego, la perdió de vista. El niño se detuvo y miró a su alrededor, y descubrió en un portal a un hombre que jugaba con una escopeta de caza.
          -Estoy buscando una pelota roja –dijo el niño sin regalo.
          -Hay juguetes mejores que una pelota. ¿No quieres conocerlos? –le preguntó el hombre. Y él contestó:
          -Cualquier otra cosa me haría infeliz.
         Ocurrió una mañana de bruma y luces tibias. Ocurrió mientras tú dormías. El niño se levantó de la cama, hecho mayor, y corrió a buscar el regalo de cumpleaños. Lo halló en la mesita del recibidor. Era una pelota roja. Y con tanto entusiasmo se abrazó a ella que la hizo desaparecer.
          Y, mientras tanto, tú dormías. Una mañana de miel.