miércoles, 23 de enero de 2013

Paisajes de memoria


Hay un bosque de árboles altos junto al río,
que corre despacio.

Hay un río de aguas altas junto al camino,
que viaja con pies ajenos.

Hay un camino de hierbas altas junto a la casa,
que alberga vidas.

Hay una casa de muros altos junto al jardín,
que esconde secretos.

Hay un jardín de flores altas junto al columpio,
que regala vértigos.

Hay un columpio de vuelos altos junto a mi infancia,
que me resulta intrusa.

Hay una infancia de nostalgias altas junto a ese libro,
que encadena recuerdos.

Hay un libro de letras altas junto a la chimenea,
que susurra a la mecedora.

Hay una chimenea de fuegos altos junto al retrato,
que no reconozco.

Hay un retrato de colores altos junto a la ventana,
que me arroja fuera.

Hay una ventana de brisas altas junto al cielo,
que vigila los pasos.

Hay un cielo de nubes altas junto a la montaña,
que se cubre de senderos.

Hay una montaña de laderas altas junto al mar,
que es espuma y reloj.

Hay un mar de olas altas junto a la orilla,
que le roba al sol.

Hay una orilla de arenas altas junto a las rocas,
que son testigos.

Hay unas rocas de curvas altas junto a los balcones,
que me asoman.

Hay unos balcones de barandas altas junto a esas manos,
que son desconocidas.

Hay unas manos de caricias altas junto a esos ojos,
que están enamorados.

Hay unos ojos de azules altos junto a mi añoranza,
y una añoranza de melancolías altas junto al puerto,
y un puerto de grúas altas junto a un niño que mira,
embelesado, el ir y venir de los barcos,
embelesado, el ir y venir del tiempo.


lunes, 7 de enero de 2013

La vida huele


         Estoy en la sala de espera de un hospital. Estoy esperando algo, no sé muy bien qué es. Estoy mal sentado en una silla rígida, mal dispuesto a seguir esperando, y el olor del amoniaco me aterroriza. Está por todas partes. Es un monstruo de zarpas amarillas que me espía por la rendija de una puerta entornada. Es un monstruo agrio que me intimida y, con alevosía, me aparta de los demás olores, encubriéndolos.
         Ha salido un médico a la sala de espera, a esta sala blanca que es como la habitación secreta y siniestra de un extraño museo de cera. Somos pocos los muñecos, aunque suficientes para completar una colección insólita. Somos la obra maestra de un artista perturbado, un trabajo perfecto de imperfecciones. Si hubiera un espectador, afortunado o no, admiraría nuestra belleza. Pero el médico recién llegado no es más que un mero conservador de museos, implacable en su oficio. Se acerca despacio a uno de nosotros y le habla con murmullos.
         En mi infancia había murmullos como ésos, y olían a pan. En mi infancia había una diosa detrás de un mostrador, en una panadería, y todos la veneraban. Los hombres murmuraban junto a su puerta, enloquecidos, y yo acudía cada mañana a verla con el pretexto de un recado, con las monedas y mi firmeza débil de varón en un bolsillo, dulcemente estremecido, y le robaba con desmaña una sonrisa. Luego, regresaba a casa abrazado a su aroma a pan. Pero es el monstruo agrio quien ahora me aparta de él, egoísta y perverso, para acobardarme.
        El médico ha hecho llorar con sus murmullos al muñeco de cera, que poco a poco se derretirá, que acabará fundido por un dolor que debe de quemar como el fuego. O quizá más. Yo soy su próxima víctima, no hay duda, pues me ha mirado un momento con el disimulo torpe del verdugo. Se ha marchado, pero sé que volverá a por mí. En mi infancia había miradas parecidas, aunque más suaves e ingenuas, y olían a hierba mojada. Tenían la misma torpeza, la misma fugacidad. Eran las miradas de una niña en el parque, una niña del barrio en un parque del barrio, al atardecer, cada atardecer. Eran las miradas tibias y punzantes que me distraían del juego, de mis amigos, de mis años de adolescente, y que después me hurtaban el sueño en la cama. La almohada siempre me recordaba su aroma a hierba. Pero es el monstruo amargo quien ahora me aparta de él, malicioso y desalmado, para amedrentarme, para dejarme solo y desnudo de olores en esta habitación de museo.
         Ahí llega el médico de nuevo. Se acerca despacio.
         Sólo somos muñecos.