martes, 30 de julio de 2013

A quien yo quiero


         Quien yo persigo, por quien las yemas de estas torpes manos se tiñen de tinta azul cada mañana, por quien este torpe y descompasado corazón late febril; quien yo anhelo empeñado, por quien los últimos fragmentos de cordura marcharon sin portar equipaje, por quien este débil y melancólico suspiro se rasga, día tras día, con achaques moribundos.

         Quien yo quiero, a quien yo quiero. A ella, que adorna su desprecio con destellos suaves de luna.

         El mundo gira, y con él giran también mi deseo y mi desdicha. El mundo gira, con su dolor, su gente y sus vientos, y con él, muertos de miedo, mi deseo y mi desdicha. El mundo gira, vertiginoso y fugaz, alegre y descarado, ruidoso y encabritado, y con él, atrapados en su corriente, giran también, avergonzados, muertos de miedo, mi deseo y mi desdicha.

        Quien yo quiero, a quien yo quiero. Por quien esta vida de esperanzas, gota a gota, se desangra. A ella, que adorna su castigo con el castigo de su silencio. Y con destellos suaves de luna.


lunes, 15 de julio de 2013

Como un perro flaco


         Ángela está enferma y no puede meterse en la cama porque tiene que trabajar. Las gripes nunca se curan de pie, decía su padre, que se creía muy listo. Por eso lo mató el alcohol, por listo, por sabio, por espabilado. Su madre, que aparentemente era más tonta, la enseñó a mirar por encima de la tormenta. Quédate en la cama, hija, le habría dicho, y mañana comerás puñetazos porque no habrá otra cosa.
         -Me voy, Pablo –se despide Ángela-. Si llaman, di que estoy en el bar. Luego te veo.
         Pablo es su gato siamés, el regalo de cumpleaños de su amiga Luisa, que también se cree muy lista. Por eso le ha engordado tanto la barriga en unos meses, por lista, por sabia, por espabilada.
         En la calle, que hoy es fría como un desengaño, la gente la mira dos veces. La muchacha va envuelta en un abrigo que le cae grande, con las solapas levantadas. Las manos no se le ven, tampoco los pies, y la bufanda le cubre el rostro hasta las cejas. Camina dando tumbos como una momia despistada, calle abajo, con su fiebre y sus prisas nuevas de camarera. Los semáforos se han multiplicado y le dicen dos veces que puede pasar, o que ahora no puede, o que puede pero no puede. Y los coches son más coches que otros días, y los perros han hecho dos veces lo que hacen siempre, y los dueños, que se creen muy listos, también han hecho lo de siempre.
       Ahí voy, hecha una momia, se dice, y se ríe, porque si llora estropea el maquillaje, y el maquillaje es muy caro.
         -Buenos días, Ángela. Vaya cara que traes, niña. ¿Estás con gripe? Date prisa y cámbiate, que mira cómo tengo la barra. Tómate una aspirina.
        La muchacha mira la barra para ver cómo la tiene, y lo que ve no le gusta demasiado, porque ve a su padre, lo ve muchas veces, a su padre junto a su padre, a su padre al lado de otros padres, todos juntos, todos el mismo, todos bebiendo de la copa y sonriendo con estupidez, todos muriéndose en la copa. Y ella, que se indigna y enseguida le trepan los demonios por el cuerpo, se acerca a todos ellos y les dice que son muy listos, que son muy sabios, que son muy espabilados, que por eso se despeñan en las barras de los bares, que si mañana comemos puñetazos es lo de menos, que para ellos lo importante es esconderse de la vida en un vaso. Y les grita que son tan cobardes como un perro flaco.
         -Lo siento, Rosa –se disculpa con la dueña-. Me salió del alma.
         Del alma le ha salido, y es bien cierto. Aunque tarde.


lunes, 1 de julio de 2013

Elena


         Lo que sucedió fue que Emilio se había enamorado de Elena y que, por descuido, se alejó de ella.
         -Era la mujer de mi vida –murmuró, sintiéndose atormentadamente culpable.
         Pero Emilio no se resignó a la pérdida; la buscó por todas partes.
         Acudió a una comisaría:
         -Busco a una mujer.
         -¿Cómo es?
         -Hermosa. Tiene los ojos claros, más azules que el cielo y menos que el mar. Y su cabello es miel, y su piel es la de un melocotón, y su sonrisa no es de este mundo.
         -¿Cuándo la vio por última vez?
         -No lo sé.
         Acudió a una juguetería:
         -Estoy buscando a Elena –dijo.
         -Acabo de abrir y es usted el primer cliente –le informó el dueño-. No ha venido nadie por aquí.
         -Usted vende muñecas de porcelana.
         -Es cierto.
         -Elena debe de estar entre ellas.
         -¿Es una pieza de colección?
         -No lo sé.
         Acudió a una pastelería:
         -¿Ha visto usted a Elena? –le preguntó a la encargada.
         -¿Cómo es?
         -Dulce. Intensa y sutil como una trufa y hechicera como el caramelo. ¿La ha visto?
         -Creo que no. ¿Es una mujer?
         -No lo sé.
         Y después de varios días de búsqueda infructuosa, Emilio bajó los brazos y se dirigió a su casa.
         Elena lo esperaba en el salón, malhumorada.
         -¿Dónde has estado? –le preguntó ella.
         -Por ahí.
         -¿Por qué no llamaste?
         -No lo sé. Tenía miedo.
         -Te he echado de menos, ¿sabes?
         -Y yo creí que te había perdido.