Hay personas que
pueden verla. Es una barrera transparente que recorre las calles, que sube
escaleras en silencio y se cuela en las casas. Es un muro de apariencia frágil
que bordea los parques y serpentea entre la gente. La frontera es muda e
invisible, es una espiral de papel, a veces, que trepa montañas y se encarama
en la copa de un árbol. Es un cordón grueso de terciopelo que divide el mundo
en dos mitades.
En los días de
ocaso suave, en esos días en que las nubes del oeste se tiñen de melocotón, las
personas pueden verla. Dicen que es como un espejo de reflejos débiles, como
una pared de cristal desvaído que forma curvas blandas y que luego se estrecha
y desaparece por el hueco de la ventana. Dicen, los que la han visto, que separa
el mundo, que dibuja un límite en el suelo, que se manifiesta aleatoria e
imprecisa. Dicen, también, que puede acariciarse con los dedos y que es tibia.
Agustín la ha
visto. Cuenta que estaba leyendo el periódico junto a la mesita del teléfono y
que vio la frontera, que se iluminó débilmente en mitad del salón. Cuenta que
su mujer se hallaba al otro lado del muro transparente y que se sorprendió
tanto como él, que ninguno supo qué hacer, o qué decir, que se miraron a través
de la barrera encogidos de hombros, que se asustaron y que después rieron como
niños. La frontera se deshizo más tarde, cuenta Agustín, igual que el humo de
un cigarrillo, y él trató de retener una nubecilla de esa niebla en el hueco de
sus manos, pero se desvaneció por completo. Su ocaso, el de aquella tarde
mágica, no era de melocotón, sino de violetas moribundas.
Agustín dice que
ahora se sienta cada día junto a la mesita del teléfono, con el periódico
abierto, y que ya no lee las noticias, aunque lo finge, y que el periódico se
ha estancado en la actualidad de entonces, y que sólo aguarda a que el muro
aparezca de nuevo. Dice que lo desea con la ilusión de una noche de reyes
magos. Dice que ver la barrera fue lo más hermoso que ha ocurrido en su vida,
que vuelve a tener ganas de levantarse cada mañana, que el vacío ha dejado de
ser grande.
Yo no le creo.
Sospecho que es su forma de soportar el dolor. Se ha inventado una excusa para
seguir viviendo. Por muchos años que hayan transcurrido, la herida de su
corazón continúa abierta. Agustín se ha inventado un pretexto para sonreír.
Bendita sea esa frontera imaginaria. Ojalá se ilumine otra vez. Ojalá lo haga
mañana. Ojalá vuelva a encontrar a su mujer al otro lado.