Dos ojos
saltones, redondos como lunas llenas, y una nariz roja en el centro de su cara,
o de su cuerpo, pues no es más que una bola azul de pelo suave del tamaño de
una nuez. Está solo, está abandonado en la calle. Se ha visto reflejado en un
fragmento de cristal, y su propia imagen borrosa lo ha hecho sentir aún más
abandonado y solo.
Qué cosas: siempre había deseado volar, había anhelado ser pájaro por un día, o mariposa,
o simplemente un mosquito, porque fue incapaz entonces de imaginar qué
sensación extraña y maravillosa podría experimentarse al surcar los aires, y
hoy, sin esperarlo, ha volado como una gaviota desde la ventanilla de un coche
hasta la acera. Del coche de su dueña protectora a la acera sucia de un mundo
grande y desconocido. Desechado como un pañuelo de papel. Confinado al olvido,
menospreciado.
Tal vez haya
hecho algo mal, tal vez haya estropeado uno de esos momentos de paz que su
dueña disfrutaba con tanto celo. Tal vez, con su presencia, haya quebrado el
clima frágil del dormitorio. No lo sabe. Se encuentra angustiado y muy
confundido. Si supiera, lloraría.
Es un muñeco
abandonado en la calle, sólo eso. De ojitos saltones y redondos, azul, de nariz
roja y chata. Sólo es un muñeco asustado sin dueño. Está él, están los coches
mudos, están los gorriones en la baranda del parque, están los charcos de la
lluvia reciente, están los envoltorios de golosinas, que son juguetes del
viento, están los semáforos parpadeantes, está el ruido de la Navidad en las
casas, y están las casas, están los edificios altos, que suben al cielo, y
están las nubes, que también son juguetes del viento, y está la nieve
esperando, y está el frío, y la Luna, que saldrá luego, y mil estrellas, que
son luciérnagas de vida eterna, y mil estrellas más, y mil más.
El muñeco es sólo
un punto azul en este paisaje urbano de diciembre, un punto azul que tiembla.
Lo he visto, por casualidad, al agacharme a recoger una moneda, escondido
detrás de un cartón. Tiene miedo en los ojos. Si pudiera, correría.
Me he ofrecido a
él como dueño. No sé si le gusta la idea, o si tenía otros planes, o si
prefiere a otro. El caso es que no se ha quejado cuando lo he cogido. No ha
dicho nada. Quizá porque sólo es un muñeco.