lunes, 29 de septiembre de 2014

Su corazón prestado


         Baja cada mañana a escuchar el latido de su corazón. Se sienta junto a la puerta azul y la espera. Cuando ella pasa, acerca el oído con disimulo y lo percibe. Es un latido leve y fugaz, pero presente. Para él, es el latido de una realidad, es el sentido completo de una vida, de principio a fin.
         Cuando ella se aleja, acerca las manos con disimulo al nudo de la corbata y finge componerlo. Podrá soportar otro día sin ella. Hasta mañana.
          En ocasiones, el latido persigue al hombre hasta el trabajo y se le enreda en los zapatos, y lo hace tropezar con el café, y lo hace descuidar el teléfono, y lo hace olvidar el mediodía, y lo hace confundir el ocaso. En ocasiones, el latido persigue al hombre hasta su casa y se le enreda en los cabellos, y lo hace tropezar con la almohada, y lo hace descuidar la cena, y lo hace recordar que una vez dibujó una sonrisa en el espejo, y lo hace caer en la cuenta de que el tiempo, como el latido, se ha enredado en las cortinas.


         Cruza cada mañana, con su corazón prestado, frente a la puerta azul. Camina erguida, con paso fresco. Cuando el hombre acerca el oído con disimulo, ella percibe su anhelo. Es un ansia que le llega fugazmente, muy leve, pero presente. Para ella, es el anhelo pobre y huérfano de un hombre derrotado, es el vacío de una vida, de principio a fin.
        Cuando se aleja del portal, acerca las manos al cuello de su vestido y finge componerlo. Caminará, todavía erguida, hasta mezclarse entre la gente y el ruido de la calle. Y luego perderá el color de las mejillas y la arrastrará el desmayo.
          En ocasiones, el anhelo persigue a la mujer hasta el trabajo y se le enreda en los tacones, y la hace tropezar con los libros, y la hace descuidar a los niños, y la hace olvidar el mediodía, y la hace confundir el atardecer. En ocasiones, el anhelo persigue a la mujer hasta su casa y se le enreda en los cabellos, y la hace tropezar con las flores del recibidor, y la hace descuidar la cena, y la hace recordar que una vez extravió la sonrisa en el espejo, y la hace caer en la cuenta de que el azar, como el anhelo del hombre, están arropándola hoy.


domingo, 7 de septiembre de 2014

Una brisa de otoño


         Había una puerta abierta en el dormitorio, más allá de las sábanas deshechas, entre el hueco de las cartas vacías y la lámpara sin pantalla. Había una puerta abierta, tal y como la dejó el destino, y a través de ella, sin piedad, me llegaba la brisa de otoño, despacio, con tu mismo vestido y tu mismo carmín. Con tus mismos ojos, los de ayer, los del vértigo, los ojos de la miel derramada.
         Una brisa de otoño mata, igual que el filo de un puñal. Una brisa de otoño viene cargada de murmullos, de rencores, de medios recuerdos, y mata, igual que el filo de un puñal. Una brisa de otoño se desliza como una serpiente por el suelo de la habitación, y se enreda en las notas del piano, tan débil, tan vulnerable hoy, y apaga las velas del amanecer con su aliento, y enturbia los colores, y mata, igual que el filo de un puñal.
          Y todo por ti. Por haber caído en la trampa de tus manos.
         Había una herida abierta en el dormitorio, más allá de los sueños deshechos, entre el hueco de mi vida vacía y el armario sin espejos. Había una herida abierta, tal y como la dejó el destino, y a través de ella, sin clemencia, me llegaba el llanto del otoño envuelto en una brisa, envuelto en los ecos marchitos de tu risa, despacio, con tu mismo perfume y tu mismo revuelo de pestañas. Con tus mismos ojos, los de ayer, los del miedo en la noche oscura, los ojos pintados de ocaso.
         Había una calle abierta en mitad de la ciudad, una calle rota que sangraba. Y una brisa de otoño cubriéndola de tormento. Y yo no tengo ungüento ni melodías con que aliviar el dolor. Porque una brisa de otoño mata, igual que el filo de un puñal, igual que tú.