martes, 30 de diciembre de 2014

La muela navideña


         Anduvo partiendo nueces, cras catacrás, esta muela vieja, esta mula vieja, anduvo partiendo nueces, y no pocas veces, y ahora, al primer turrón, se ha partido en dos. Esta muela vieja se ha perdido en Navidad, cras catacrás, se ha quedado sin turrón, se ha quedado sin nieve, sin belén y sin los bueyes, se ha quedado sin comer un polvorón, sin hojaldres, sin vino y sin roscón. Anduvo partiendo nueces, cras catacrás, esta muela vieja, esta mula vieja, anduvo partiendo nueces, y no muy pocas veces, esta muela navideña, antes tan risueña, tan guasona, tan pendona, y ahora tan triste y melancolona. Esta muela vieja se ha partido en dos, cras catacrás.
      La muela navideña tiene dueña. Es una señora alta y muy lista, melenuda, con tacón y sonrisera, y ahora la cabeza se le ha hinchado como un globo por culpa de la muela puñetera, que se ha partido en dos, cras catacrás, con un trozo de turrón, del turrón de Navidad, del primero que a la boca se llevó, cras catacrás, qué tragedia, qué traición. Al armario se han marchado, de sus manos escaparon, todos, ni uno sólo se ha quedado. Al armario se han marchado y bajo llave están, de su alcance escaparon y a buen recaudo están, polvorones, hojaldres, mazapanes y champán. Esta muela vieja, esta mula vieja, cras catacrás, le ha partido en dos la Navidad.
          La señora alta y muy lista tiene un amigo dentista. Lo ha llamado y le ha contado que tiene un problema grande, ande o no ande, y le ha pedido que venga a su casa, que el dolor no se le pasa. “Hola, mi amor, yo soy tu lobo”, le ha dicho el dentista al llegar. “Déjate de guasas, bobo, que tengo la cabeza como un globo.” Cras catacrás, esta muela vieja se ha partido, cras catacrás, esta mula vieja se ha morido. Con un trozo de turrón, del turrón de Navidad, del primero que ha encontrado en un cajón, cras catacrás, qué tragedia, qué follón. Y el dentista, encima, se quedó sin cotillón. Por culpa de esta muela vieja que anduvo partiendo nueces Navidad tras Navidad, nueces y más nueces, almendras otras veces, que anduvo partiendo nueces, cras catacrás, y no muy pocas veces, cras catacrás, esta muela navideña, antes tan risueña, tan burlona y socarrona, y ahora tan triste y depresona, que anduvo cascando nueces, cras catacrás, hasta cascarse ella y cascar la Navidad.


jueves, 11 de diciembre de 2014

Historia de un eco


       Invisible como el aliento de un copo de nieve, triste como un maltrecho desenamorado, diminuto como el pestañeo de una hormiga, perdido entre las copas de cristal de una mesa vacía, entre envoltorios de caramelos, entre migas de pan, desunido de la gente, de sus voces, de sus manos, de sus sonrisas, de sus promesas vacías, escurridizo como el aroma de una margarita en primavera, repentino, flotando en el aire a un centímetro de esta Navidad, tan diferente, tan ajena a esa otra Navidad de infancia, murmurando un villancico roto, una canción desnuda de melodía, tropezando con las huellas de amor viciado que quedaron sobre la mesa, y acunado en su propio llanto, que de tan débil apenas le humedece las mejillas, así es este eco pequeño, así deambula este eco pequeño, que de tan frágil apenas se sostiene erguido.
         Ayer, se encaramó de pronto al árbol del vestíbulo y comenzó a columpiarse, lánguidamente, en uno de los regalos postizos. Y sin pedírselo, y sin preverlo, sin desear que lo hiciera, me recordó que esta misma Navidad, una vez, había sido distinta. Imitando las voces desteñidas del pasado, imitando la tuya, me recordó que esta misma Navidad, una vez, había sido distinta.
      Es un eco pequeño que ronda mi ventana, invisible como el suspiro desmayado de un acordeón, triste como el dueño de un corazón arruinado. Es un eco pequeño que, abrazado a los rayos tibios de sol, se desliza en mi casa con el mediodía, diminuto como el lunar de una mariquita, y se pierde entre los cubiertos y el mantel de la mesa vacía, entre las páginas de un periódico vacío, entre migas de pan. Es un eco pequeño que tropieza sin querer con las huellas de amor malogrado, un eco pequeño que se acuna y adormece en su propio llanto.
        Ayer, se encaramó de pronto al árbol del vestíbulo y comenzó a columpiarse, despacio, en la estrella que adorna su copa. Y sin pedírselo, y sin preverlo, sin desear que lo hiciera, me recordó que esta misma Navidad, una vez, había sido hermosa. Y pintando con un carboncillo gastado las voces fingidas de otra vida, dibujándome la tuya, me recordó que esta misma Navidad, una vez, había sido hermosa.