jueves, 19 de febrero de 2015

En la calle


         Viste de verde, luce verde desde la coronilla hasta el talón, rabadilla incluida. En los días de mucho frío, aún luce más verde, porque se cala un gorro orejero de color primavera y embute las manos en unos guantes del mismo tono. Toda de verde, de verde esperanza, de verde abeto, de verde flema, de verde mar (cuando es verde), de verde Lorca...
         -¿Verde poeta o verde murciano, mamá?
         -Verde melón, como tú.
         -No te metas con mi culo.
       -No estoy metiéndome con él, cariño, sino con el higo chumbo que tienes por cabeza, que también lo hay en verde.
         -Me voy, que llego tarde.
       En la calle, nunca sabe por dónde empezar. El supervisor aparenta tenerlo claro, pero es mentira. No hay claridad en la calle, todo es embrollo: las cajas de la frutería, el cartón de vino, las bolsas que trajo el viento, la manga de una cazadora, un zapato...
         -Cuarenta y dos –dice. Es un juego.
         Gira el zapato y escupe en la suela, y luego la frota con el dedo: cuarenta y uno.
         -Vaya ojo que tengo. Ojo de tuerta.
        Se ríe. O te ríes o te lloras, no hay más. Aprieta el trasero, niña, que vienen flacas y empitonan.
         Anda, un chico nuevo. Qué mono. Se llamará Eduardo, como el sobrino de Enriqueta. Qué ojos, virgencita. Y qué dientes; parecen peladillas.
         En la calle, nunca sabe una por dónde meter mano. Dan ganas de coger el carrito y dejarse caer cuesta abajo. A escobazos les quitaría el polvo a las farolas. ¡Pim, pam, que voy! ¡Apartándose, que es gerundio imperioso! Y después se empotraría con el carro en la fachada de la pastelería, la del chaflán.
         Mañana se monta, paciencia. Aguanten los perros que mañana se tira con el carro calle abajo. A ver si con un poquito de suerte da con la cabeza en el cristal del escaparate y lo rompe, y se muere encima de la tarta de limón.
         Otro zapato.
         -Treinta y nueve.
         Gira y escupe. Frota. Cuarenta y dos.
         -A la mierda.
      El de los dientes de peladilla la contempla con guasa desde la parada del bus; anuncia calzoncillos.
         Ella le da en el morro con la escoba. Y le dice, muy suya:
         -Ve a burlarte del culo de tu prima, rico.