A Esteban le han
contado que existe un amanecer diferente: cuatro soles, no uno, y un
campanillero vestido de azul anunciando el alba. Una carreta de caramelos de
menta tirada por un gato amarillo, niñas de múltiples cabezas jugando a la
comba y un sacerdote en bañador leyendo en voz alta un libro de cocina.
Esteban se lo ha
creído, pero no le gusta.
Una realidad
distinta, le han dicho. La mula almuerza pan con chocolate y la abuelilla que
se sienta al sol cada tarde, junto a la panadería, corretea por el parque
haciendo el pino. Jamón de azúcar, tortas de adobe y turrón en almíbar salado.
Sonrisa permanente en el rostro del que pide para comer, chiste y alegría en el
entierro y payasos desmaquillados. Hambre poca, la justa, y apretones de manos
en las esquinas. Coches que murmuran, que acarician el suelo, lápidas
resquebrajadas que trepan por la fachada del monasterio como serpientes de seda
y cientos de globos rojos plomizos enredándose en la veleta del colegio.
El campanillero
azul anuncia también que se echó una novia y que la quiere, y que está
esperando un hijo.
-¿Para cuándo?
–pregunta Esteban.
-Para finales de
abril –le dice el artista.
-¿Y su novia está
contenta?
-Ella aún no lo
sabe.
Le han contado
que la fruta no siempre es fruta en este mundo inusitado, que los plátanos son
de oro, que las mandarinas son un regalo de dios, que las cerezas son las
cuentas de un collar, que aquella sandía es la cabeza de un demonio, y que la
nata de las fresas es el llanto de una sirena que vuela.
-¿Por qué llora?
-No puede
explicarse todo.
-Me gusta. La
sirena sí me gusta.
Ladran los
canarios y maúlla el borrico. Rinocerontes enjaulados y un caballo repartiendo
cartas sobre un tapete gris. Humo violeta en las chimeneas, una flor de pétalos
escalonados en lo alto de una verja y un ratón con gafas que mastica regaliz.
-Bueno, ¿qué te
parece?
-No entiendo
mucho de pintura, ya lo sabes.