Al carrito se lo escucha llegar cada
mañana con los primeros rayos de sol. O con el primer café, si amanece gris o
lluvioso. Se escucha el crujir y el chirriar de las ruedas, que es como el
lamento de un pobre en mitad de una noche fría. De un pobre animal
desangrándose en una trampa.
Del carro tira un anciano. De cada una
de sus mejillas pende una vida rota, un haber querido amar y haber perdido en
cada apuesta. De sus ojos, un futuro breve y vacío. Es el macabro contenido del
carrito lo que impulsa al anciano a seguir tirando de él cada mañana. De no
tener carga, el anciano habría pasado los días en la cama, acariciando con
desidia los flecos podridos de su maldición, la de haber vivido.
Cuando se detiene a beber agua, su
madre le habla.
-Maldigo el día en que naciste.
-Madre…
-Maldigo la sangre que te recorre las
venas.
Luego, el anciano reanuda la marcha y
su madre regresa bajo tierra.
Hoy, el sol castiga con dureza. Pero
hay niños en la aldea, y el anciano debe apretar el paso. Porque los niños son
curiosos y siempre rodean el carro, y hacen preguntas, y al anciano no le quedan
ya respuestas, sólo medias mentiras. Aprieta el paso, y los años le aprietan la
garganta. De no tener carga, el anciano habría muerto muchos senderos atrás.
A veces, en esos días en que ningún
pajarillo adorna el camino, en esos días en que el aire es pesado como el
plomo, el contenido del carrito le habla, como su madre cuando se detiene a
beber agua. En esos días, el contenido del carrito lo atormenta.
Hoy, el carrito lo atormenta. Los
muertos que en su interior se retuercen, como grotescos escombros de carne,
golpean con fuerza las paredes de madera. El anciano disfraza su desmayo y
aprieta los puños, y tira más rápido del carro, y contempla fijamente el
horizonte, negando los gritos.
-Somos tu pasado -le recuerdan los
muertos del carro-. Somos tu pecado.
No hay pajarillos adornando el camino.
El aire pesa como el plomo. El reguero de sangre que deja el carrito se mezcla
con la arena y dibuja a su paso una horrible cicatriz. De no tener carga, nada
forzaría al anciano, cada mañana, a seguir huyendo.