Con el primer destello del alba, y el
sol adormecido, surge la linda brujita de una casa, de un corral, de un nido.
La brujita sin escoba corretea de puntillas, sin volar, muy risueña, con
travesura muestra su lengua y sobresalta a un perro y a su dueña, con capricho
se encarama a un campanario, y desde allí, como el audaz vigía de un navío
legendario, hace de marino aspavientos y regala su risa nerviosa al horizonte,
al horizonte y al viento, y se desliza luego revoltosa entre buhardillas y
faroles, entre nieve, charcos de perfume y zapatos de mil charoles.
Ay, brujita sin escoba, mi corazón se
arroba.
La brujita sin escoba brinca de alcoba
en alcoba, robando a manos llenas secretos y blusones, pecados de niño, caramelos
de menta y mil turrones. La brujita corretea de puntillas, sin volar, sin su
mágica escoba, al niño arrulla en su cuna, al anciano hurta cuanto resta de
cordura y al enamorado despoja de su diamante. ¡Vuelve aquí, brujita sin
escoba, repón ese diamante, que he de ofrecerlo cuanto antes a mi amada embelesada,
de enorme hermosura y porte elegante! ¡Vuelve, diantre! Salta, sube y se escurre
la brujita sin escoba, del pomo de una puerta al camello de escayola sin
jorobas, de la gorra de un soldado a la sopa de cebolla de un gordo prelado,
del beso dulce de una madre al mostacho de un hombre que arroja sin entusiasmo,
de su futuro, los dados. Entre nubes de algodón y mechones de pelo
enfurruñados, la brujita sin escoba se columpia dichosa e inquieta, atarantado
su genio, su deseo juguetón y enmarañado.
Ay, brujita sin escoba, mi corazón se
arroba.
Con el primer destello del alma, y el
mundo adormecido, surge la linda brujita de una caricia, de un murmullo, de un
latido.