domingo, 26 de febrero de 2017

El gusano burlador


         Va el gusano de cadáver en cadáver, mordiendo un hueso aquí, mordiendo un hueso allá. Va el gusano burlador, despacio, tomando su jarabe. Un muerto tieso aquí, un muerto tieso allá. El gusano burlador, que burla al tiempo, a los hombres y, de la morgue, a su celador calvo con llave, no supo hallar la forma de burlar el catarro. Y ahora toma, despacio, su reconfortante jarabe, que guarda con celo en su bolsillo, en un minúsculo tarro amarillo. Va, de cadáver en cadáver, el gusano burlador, mordiendo un hueso aquí, mordiendo un hueso allá, tosiendo con vehemencia en la cara de un finado, alborotando las greñas de un tipejo postrado. Un muerto tieso aquí, un muerto tieso allá. El gusano burlador, que burla al viento, a los pobres y, del infierno, a su diablo más enfurruñado, no supo hallar la forma, ay, tormento, de burlar el enfriamiento.
         Entra el celador calvo en la morgue. Espanto hay dibujado en su rostro, manchas de tomate se ven en su uniforme. Con los brazos en jarra, con descontento muy severo, el celador calvo se detiene, arruga el entrecejo y da un puntapié al perchero.
       -¿Quién agujerea a mis muertos? -exclama con airada pesadumbre-. ¿Quién muerde los huesos, uno aquí, otro allá, de mis difuntos tiesos? ¿Quién, acaso estamos locos, dejó en las mejillas de mis fiambres este rastro de diminutos mocos?
          Va el gusano de cadáver en cadáver, mordiendo un hueso aquí, mordiendo un hueso allá. Va el gusano burlador, despacio, tomando su jarabe. Un muerto tieso aquí, un muerto tieso allá. Ay, tormento, qué enojoso enfriamiento, qué inoportuno catarro. El gusano, sigiloso, se oculta con hábil destreza entre las botas, cubiertas de barro, del celador calvo. El gusano burlador, que burla al sol, al invierno y, del amor, al poeta más sesudo, no supo hallar la forma, ay, dolor, de burlar el estornudo.