martes, 30 de mayo de 2017

La princesa desmayada


         Vi pasar un carruaje a altas horas de la noche, tan altas como enormes cipreses, tan noche oscura como la oscura envidia que su balanceo opulento en los hombres provocaba. Vi una princesa desmayada en su interior, vi sus pálidas mejillas, tan pálidas como la demacrada nieve de mis amargos inviernos. Vi su rostro desvanecido, y así como súbitamente desfallece el ánimo al borde de un abismo, así como huyen las fuerzas ante un inmenso peligro, cual ejército desmembrado, así desfallecí yo en mitad de aquella noche de altas horas.
         De puntillas, asomado tímidamente al horizonte, cuando el día languidece, mi ojos cansados y huérfanos de consuelo examinan minuciosamente el paisaje, y buscan sin descanso, cada ocaso, entre campiñas y caminos, entre gentes y riachuelos, entre bosques de terciopelo y montañas de piedra fría.
         Ay, princesa desmayada de mis sueños desmayados. Si pudiera yo, con un beso de cristal templado, acariciar tus suaves mejillas y reanimar tu aliento sonrosado. Si pudiera yo, con osadía, abrazarme a tus secretos deseos.
         Vi pasar una calesa a altas horas de la noche, tan altas como enormes muros de dignidad y granito, tan noche oscura como la oscura pesadumbre que en mi corazón su balanceo delicado ocasionaba. Vi una princesa desmayada en su interior, vi sus pálidas mejillas, tan pálidas como las marchitas promesas de mi atormentada infancia. Vi su rostro desvanecido y abrumadoramente hermoso, y así como repentinamente desfallece el pudor en el umbral de un pecado, así como huyen el vigor y la vehemencia ante el rumor de una condena, cual ejército desmembrado, así desfallecí yo en mitad de aquella noche de altas horas.
         Si pudiera yo, con osadía, ay, princesa desmayada, anudar mis anhelos a tus secretos deseos.