Vi pasar un carruaje a altas horas de
la noche, tan altas como enormes cipreses, tan noche oscura como la oscura
envidia que su balanceo opulento en los hombres provocaba. Vi una princesa
desmayada en su interior, vi sus pálidas mejillas, tan pálidas como la
demacrada nieve de mis amargos inviernos. Vi su rostro desvanecido, y así como
súbitamente desfallece el ánimo al borde de un abismo, así como huyen las
fuerzas ante un inmenso peligro, cual ejército desmembrado, así desfallecí yo
en mitad de aquella noche de altas horas.
De puntillas, asomado tímidamente al
horizonte, cuando el día languidece, mi ojos cansados y huérfanos de consuelo
examinan minuciosamente el paisaje, y buscan sin descanso, cada ocaso, entre
campiñas y caminos, entre gentes y riachuelos, entre bosques de terciopelo y
montañas de piedra fría.
Ay, princesa desmayada de mis sueños
desmayados. Si pudiera yo, con un beso de cristal templado, acariciar tus
suaves mejillas y reanimar tu aliento sonrosado. Si pudiera yo, con osadía,
abrazarme a tus secretos deseos.
Vi pasar una calesa a altas horas de la
noche, tan altas como enormes muros de dignidad y granito, tan noche oscura
como la oscura pesadumbre que en mi corazón su balanceo delicado ocasionaba. Vi
una princesa desmayada en su interior, vi sus pálidas mejillas, tan pálidas
como las marchitas promesas de mi atormentada infancia. Vi su rostro
desvanecido y abrumadoramente hermoso, y así como repentinamente desfallece el pudor
en el umbral de un pecado, así como huyen el vigor y la vehemencia ante el
rumor de una condena, cual ejército desmembrado, así desfallecí yo en mitad de
aquella noche de altas horas.
Si pudiera yo, con osadía, ay, princesa
desmayada, anudar mis anhelos a tus secretos deseos.
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