No siento dolor. Sólo siento desprecio.
Pero es extraño el balanceo vertiginoso de mi náusea, que ayer me hizo sentir este
desprecio por él y hoy provoca que sea yo mismo quien lo inspire. El odio y la
soberbia me impidieron escuchar sus disculpas, sus argumentos huecos e
inútiles, y ahora no tengo el valor de enfrentarme a mi propio reflejo en el
cristal. ¿Es posible limpiar una culpa con otra culpa? ¿Se puede curar una
herida infligiendo otra herida?
Si no siento dolor, si sólo es desprecio,
¿por qué no soy capaz de respirar? ¿Por qué me abrasa el aliento la garganta?
¿Por qué no me alivia el aire frío de la mañana? ¿En qué me he convertido? ¿En
qué me ha transformado el rencor? ¿Por qué, cuando duermo, no duerme conmigo esta
ansiedad malsana? ¿Por qué no se diluye el veneno? Necesito descansar.
No encuentro la luz, la he perdido. Hay
una sombra en los pliegues de mis manos, una penumbra de carcajadas muertas que
me atormenta los oídos. No sé dónde puse los latidos del corazón. ¿Por qué ha
salido el sol y sigue habiendo noche en mis ojos? No encuentro la luz. Estoy
caminando a ciegas por un sendero plagado de gritos y escombros.
Si no siento dolor, si sólo es
desprecio, ¿por qué no soy capaz de aquietar la mente y su tortura? Si únicamente
es desprecio y no dolor, ¿por qué no puedo acallar el temblor de mis labios?
¿Por qué duele si no es dolor?
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